domingo, 11 de diciembre de 2011

Montañas rusas

Dragón Rojo (Marsella),
Tobogán del Amor (Londres), 
Espíritu de Lenin (Moscú),
Siete Picos (Madrid),
El Gran Khan (Salou),
Montesquieu Can-Can (París), 
Palacio de Invierno (San Petesburgo),
Divertida Revolución Cultural (Pekín),
Montaña de Dólares (Orlando),
Tarántula Loca (Viena),
Caída Libre Mortal (Toronto),
Espíritu del Aire (Tokio).  





miércoles, 2 de noviembre de 2011

Cuerdas en el bosque

El cuarteto de cuerda se ausenta para hacer un descanso: nos deja con la melodía todavía entre las hojas, la música aún está prendida entre las ramas del bosque, con el eco de las notas entre las sombras de los árboles. Los músicos no volvieron más; las guitarras que dejaron reposando sobre la hierba comienzan a pudrirse: sin nadie que las haga sonar se han convertido en cajas de madera. Me acuerdo de cuando me mordías en los brazos: tus dientes dibujaban lunitas jugando al corro casi en mis hombros, un sol de lunas cerca de mis muñecas. Cómo echo de menos este dolor. El barniz que protege la tabla armónica se agrieta, la roseta deja de ser la obra de un artesano y se convierte en una corona de espinas; el bosque alimenta sus criaturas con estos pobres objetos que antes sabían cantar. El sol tensa las finas cuerdas hasta romperlas.







domingo, 9 de octubre de 2011

Campos de batalla

Al acabar la escuela íbamos al bunker. El antiguo campo de batalla se había convertido en una viña familiar mal atendida, tras una valla de alambre de espino. Nos colábamos por un badén desprotegido y desde la tronera de la ametralladora tirábamos piedras a las lagartijas. Hacíamos ruido con la boca imitando el sonido de las armas de fuego, disparábamos hacia el pueblo, volábamos por los aires la torre de la iglesia con sus altavoces atados al campanario. Bombardeábamos nuestras propias casas y la plaza de toros: ya nadie podría disfrutar de los espectáculos cómico-taurinos de primavera, ni del boxeo infantil de las vacaciones de verano, ya no podrían levantar el cuadrilátero para el Cachorro de La Paramera.
Después íbamos hasta el puente de hierro. Tocado durante la Guerra, en los sesenta remendaron con placas de acero su estructura, pero al acercarse el tren inaugural saltaron los remaches del arreglo y el puente volvió a su letargo. La cinta con los colores nacionales quedó sin cortar, movida por el viento. El puente parecía el brazo de Lázaro con las vendas flojas rozando el agua. Desde lo alto del puente se veía la caseta de la báscula municipal y su plataforma que apenas descendía cuando colocaban sobre ella los camiones con las jaulas de los cerdos. Saltábamos desde el puente hasta la superficie del río, la rompíamos y tocábamos el limo antes de volver a respirar. Nos tumbábamos en la orilla a secarnos al sol, tendíamos la ropa en los postes de cemento de las defensas anticarro cubiertas de musgo, oíamos ladrar al perro de la armería, le imaginábamos con las patas delanteras apoyadas en el antiguo polvorín, con las orejas tiesas como un dibujo de Walt Disney.A lo lejos se oía una carabina de aire comprimido: mi hermano estaba disparando contra los peces atrapados en los charcos de la presa de El Burguillo. Los peces muertos quedaban flotando como zapatos.



domingo, 21 de agosto de 2011

Colosos


Un monumento a la soledad: el coloso norte está posado en medio del Páramo, a una distancia tal que no alcanza a verse el gigante del sur. Unos metros más allá, cuando ya has perdido toda esperanza de encontrar a alguien, aparece la efigie gemela, pero para entonces tu alma ya te ha abandonado. El camión militar que ahora transporta turistas pasa por delante de lo que queda del gigante del sur: los bárbaros de El Libro lo volaron en enero y ahora es una montaña de escombros. Las agencias de viaje utilizan como reclamo la muy probable destrucción del coloso restante, “visite el gigante del norte antes de que en el Mes del Sol las hordas lo dinamiten”.

Nuestro guía, un ex sargento sosegado por su  alcoholismo, nos recita con su megáfono más curiosidades que datos históricos sobre los dos colosos: erigidos en una época indeterminada anterior al Imperio Medio conmemoran la figura de un rey o sacerdote de cuyos hechos no ha quedado ni una sola prueba escrita. Abandonados a su suerte los nómadas de este yermo los habitaron. Al principio horadaron en su base nichos para refugiarse y al descubrir que la roca porosa del coloso conservaba el agua lo convirtieron en una ciudad en cuyas estancias el  rocío cubre los muros y se puede beber besando sus paredes. Al tiempo que lo habitaban iban minando la estructura de la enorme piedra. Un joven de quince años hubiera dicho que el gigante era como un enamorado: quien le daba la vida le iba matando por dentro.








lunes, 6 de junio de 2011

Mesas

El viento arrancó el inmenso torso de bronce en la noche cerrada y al amanecer los vecinos descubrieron en medio de la plaza este monumento creado por el aire brutal nocturno. Al visitar la catedral descubro unas extrañas construcciones en el claustro. Lo que me parecieron ídolos africanos son yugos de campanas desarmadas, contrapesos de madera decorada con encisiones y escuetas taraceas con huesos y cantos, cordales que refuerzan las fibras del antiguo árbol. La imagen de las campanas desarmadas me hace pensar en el paisaje sonoro que acompaño al Cid; redoblar y tañer son acciones musicales idénticas desde sus tiempos a los mismos, más allá del tambor y la campana se abre un mar entre sus sonidos y los míos.

En el palacio del Virrey han abierto una hospedería en la que degustamos setas con carne y un vino denso como la sangre. Al terminar de cenar, escuchamos tañer el nuevo cuerpo de campanas de la Catedral. En el sueño de esta noche una mesa soporta las campanas que yacían sobre el suelo.  







miércoles, 1 de junio de 2011

Ciudades


El tiburón,  como el resto de las alimañas marinas, tiene un sexto sentido para oler el miedo de sus víctimas. En los relatos de mi infancia el pez espada, figura totémica de las regiones de Sepik, peleaba con el príncipe azul y se casaba con la Cenicienta. Ya de niño era capaz de trazar en un atlas el rastro de los narvales en las corrientes frías de Terranova; me imaginaba durante mi juventud capturando rayas cardadoras y noriegas con palangres, codo a codo con marineros de El Cabo, de Finisterre. Mi pasión por el mar me viene de familia: ayudo a mi padre en el ultramarinos del barrio, esa tienda con nombre en latín que vende el mejor bacalao de toda la Alfama. Ciudades, espejos de nuestro destino: acompañadnos en los días felices.








Bosque


Las plantas cortadas son agonizantes reptiles ciegos que huelen la humedad de la carne humana y la buscan para desangrarte. Las hiedras y las adelfas son fieras sierpes que aún heridas de muerte se enredan en tus miembros y clavan como alfileres sus raíces trepadoras en cada uno de tus poros. Los crisantemos son zombis blancos que corrompen tu piel con su contacto para libar el dolor de tus heridas. Creí vivir la peor de las pesadillas: los ramos de flores que había depositado la noche anterior en el dormitorio se habían transformado en una docena de cabezas de Medusa, en horrendos haces de seres diminutos que con movimientos sinuosos me cercaban y me martirizaban. Las prímulas habían cobrado vida animal y se hincaban entre mis uñas, las peonías eran caimanes rosados que me mordían con sus pétalos en los pies. Las magnolias se tornaron en tritones pálidos que me herían lentamente en los brazos, y mientras se pudrían me contaminaban los músculos como si quisieran convertirme en humus.








Babel


Villa Medusa: En este solar se erigía la casa del  biólogo  más querido de nuestra capital: Mateo Carabias inició muy joven el estudio de las criaturas marinas, aquí, en nuestra ciudad de tierra adentro. Sus hijas, sabedoras de la vocación incombustible del estudioso de mar, por su cumpleaños le obsequiaban con una función teatral: sombras chinescas, tules animados por varillas recreaban el mundo bajo el agua de tal modo que el biólogo daba por cierta aquella fantasmagoría. Como después se descubrió en su catálogo de especies marinas una de cada diez no formaban parte del mundo acuático que se podía conocer en 1905. Lo sorprendente es que esos peces abisales se descubrieron tal cual los dibujó Carabias en la fosa de las Malucas, a 15.000 metros de profundidad, en el año 2005.