domingo, 21 de agosto de 2011

Colosos


Un monumento a la soledad: el coloso norte está posado en medio del Páramo, a una distancia tal que no alcanza a verse el gigante del sur. Unos metros más allá, cuando ya has perdido toda esperanza de encontrar a alguien, aparece la efigie gemela, pero para entonces tu alma ya te ha abandonado. El camión militar que ahora transporta turistas pasa por delante de lo que queda del gigante del sur: los bárbaros de El Libro lo volaron en enero y ahora es una montaña de escombros. Las agencias de viaje utilizan como reclamo la muy probable destrucción del coloso restante, “visite el gigante del norte antes de que en el Mes del Sol las hordas lo dinamiten”.

Nuestro guía, un ex sargento sosegado por su  alcoholismo, nos recita con su megáfono más curiosidades que datos históricos sobre los dos colosos: erigidos en una época indeterminada anterior al Imperio Medio conmemoran la figura de un rey o sacerdote de cuyos hechos no ha quedado ni una sola prueba escrita. Abandonados a su suerte los nómadas de este yermo los habitaron. Al principio horadaron en su base nichos para refugiarse y al descubrir que la roca porosa del coloso conservaba el agua lo convirtieron en una ciudad en cuyas estancias el  rocío cubre los muros y se puede beber besando sus paredes. Al tiempo que lo habitaban iban minando la estructura de la enorme piedra. Un joven de quince años hubiera dicho que el gigante era como un enamorado: quien le daba la vida le iba matando por dentro.








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