miércoles, 1 de junio de 2011

Bosque


Las plantas cortadas son agonizantes reptiles ciegos que huelen la humedad de la carne humana y la buscan para desangrarte. Las hiedras y las adelfas son fieras sierpes que aún heridas de muerte se enredan en tus miembros y clavan como alfileres sus raíces trepadoras en cada uno de tus poros. Los crisantemos son zombis blancos que corrompen tu piel con su contacto para libar el dolor de tus heridas. Creí vivir la peor de las pesadillas: los ramos de flores que había depositado la noche anterior en el dormitorio se habían transformado en una docena de cabezas de Medusa, en horrendos haces de seres diminutos que con movimientos sinuosos me cercaban y me martirizaban. Las prímulas habían cobrado vida animal y se hincaban entre mis uñas, las peonías eran caimanes rosados que me mordían con sus pétalos en los pies. Las magnolias se tornaron en tritones pálidos que me herían lentamente en los brazos, y mientras se pudrían me contaminaban los músculos como si quisieran convertirme en humus.








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