Arquitecturas
modernas en los pueblos del interior: los cines inaugurados a mediados del
siglo pasado amenazan ruina; conservan la oscuridad en su interior, esa
oscuridad en la que olvidábamos la vida real. Películas del oeste, de romanos,
de ciencia ficción, de kárate; quedan descoloridos pasquines, fragmentos de
rostros, de letras. La ética de entonces se refleja en los nombres de los cines
que fueron los sueños de nuestra juventud: Condado, Novedades, Proyecciones,
Excelsior, Real. Junto a la taquilla había siempre un cartel en tonos
azules sobre las que destacaba el rótulo “Local climatizado”. En este mural que
ocupaba toda la pared interior, un oso polar exageraba la sensación de frescor
y el aroma a ambientador del interior. Blanco y sonriente, el oso humanizado
disfrutaba de la soledad de la noche en el ártico. En el Excelsior el
cartelista había dibujado un sputnik en el cielo, y el oso que anunciaba
el defectuoso aire acondicionado miraba satisfecho el satélite artificial.
Debería haber fotografiado todos esos carteles, todos esos osos polares.
Me recuerda lo mejor de mi infancia
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